Tiene dos

Soplamos las velas, cantamos desafinados y la vimos decir con orgullo “¡dos!” con los deditos que aún está aprendiendo a levantar. Y mientras giraba con su vestido de cumpleaños y sus manos pegajosas, sentí algo en mi pecho.Tiene dos años.Y no tendré más bebés.

No es un pensamiento nuevo, pero los cumpleaños tienen esa forma de hacerlo más fuerte. A medida que veo a mis hijos crecer, y me enamoro más de las personitas en las que se están convirtiendo, también aparece un dolorcito que no puedo ignorar. Porque me hubiera encantado tener otro bebé.

De verdad que sí.

Lo digo en voz baja, porque decirlo fuerte a veces se siente como abrir una puerta que he estado tratando de mantener cerrada. No estoy planeando tener otro. No tendré otro. Esa es la realidad. Pero el anhelo… aún está ahí. No siempre ruidoso, pero presente. Un tirón suave cuando veo a un recién nacido. Un pequeño nudo cuando guardo las cosas de bebé. Una pausa cuando escucho a alguien decir: “nunca se sabe.”

Pero yo sí sé.

Nuestra familia está completa de tantas maneras. Mis manos, mis días, mi corazón—ya están ocupados. La vida es costosa. El tiempo es limitado. Hemos tomado decisiones pensando en toda nuestra vida. Pero a veces, incluso las decisiones correctas—sobre todo las correctas—también te rompen un poco el corazón.

Y esto no viene de una necesidad desesperada, ni de algo que quedó pendiente.
Viene de un lugar tranquilo, que vive en un rincón del corazón.
De ese que vive en alguien que sabe lo fugaces que son los primeros años.
Alguien que no los apuró, pero aún así desea que hubieran durado más.
Alguien que guardó el último enterizo con ojos aguados y no dijo nada porque no parecía haber nada que decir.

Miro a mi bebé y me doy cuenta—ya no es una bebé.
Es fuerte, decidida, divertida y aventurera. Ya no me necesita de la misma manera. Y sé que ese es el punto. Así se ve el crecimiento. Pero a veces, quisiera congelar el momento. No para siempre. Solo por un ratico. Solo para sentarme un poco más en el sofá, solo para sostenerla mientras se queda dormida—sin saber que sería la última vez.

Porque yo si amé estar embarazada, yo si amé los días de bebé. No todos los momentos. Pero la esencia de ellos. La lentitud. La cercanía. La forma en que yo era todo lo que ella necesitaba.

Mi hija tiene dos años, y es la última.
Ella no lo sabe. Solo sabe que es amada—profunda y completamente. Pero yo sí lo sé. Y ese saber pesa un poco. Porque cada cosa nueva que hace nos aleja más de esos días de bebé. Cada logro suyo es un último para mí. La última vez que alguien en mi casa aprende a caminar. La última vez que escucharé una primera palabra. La última vez que amamantaré, arrullaré, envolveré, llevaré sobre mi pecho. La última vez que seré el mundo entero de alguien, en esa forma chiquita y de bebé.

Estoy tan agradecida por ella. Por mis dos hijos. Pero este cumpleaños marca más que otro año alrededor del sol. Es otro paso lejos de esos años de bebé que tanto amé. Otro recordatorio de que estamos avanzando, aunque yo no esté lista.

Ahora me encuentro intentando memorizarlos más de cerca. Tratando de ralentizar lo que en realidad no puedo controlar. Con ella, me quedo un poco más—porque sé que es la última. Y con él, miro hacia atrás, dándome cuenta de cuánto de esos primeros días son borrosos. Miro un poco más. Los respiro cuando están cerca. Dejo que se acumule el desorden solo para sentarme junto a ellos en el suelo.

Hoy la celebro—a mi niña vibrante, curiosa, aventurera. La abrazo más fuerte, sabiendo que esta es la única vez que tendré una niña de dos años.


Porque hay una parte de mí que está de duelo—de duelo por el bebé que no tendré, mientras amo con toda el alma a los dos que sí tengo.

—Dalia 🤍

También te podría gustar...