No soy una supermamá
A las mamás a menudo se nos ve como superheroínas, capaces de manejar responsabilidades interminables, hacer que todo funcione sin problemas y mantener a nuestras familias felices. Pero la verdad es: que yo no tengo paciencia infinita y definitivamente no tengo una fuerza emocional sobrehumana. No soy esa figura estoica que puede superar cada desafío con una sonrisa. De hecho, estoy aprendiendo a manejar mis propias emociones al mismo tiempo que trato de enseñarles a mis hijos a controlar las suyas. ¡Eso sí es un doble reto! Y siendo honesta, estoy cansada de tener que ser fuerte siempre, especialmente cuando las cosas se ponen difíciles.
Vamos a aclarar algo: no se supone que podamos con todo. No somos máquinas. Incluso las máquinas necesitan descansar, recargarse y, de vez en cuando, un poco de mantenimiento. Entonces, ¿por qué nosotras, como mamás, sentimos que tenemos que estar activas 24/7, sin un momento de descanso? No podemos, ¡y no deberíamos tener que hacerlo!
¿Una de las cosas que me ha ayudado a mantenerme a flote? La terapia. Es como mi arma secreta, un lugar donde puedo ser yo misma sin la presión de tenerlo todo bajo control. Es donde voy para desenredar ese montón de pensamientos y emociones que vienen con la maternidad. Porque, seamos sinceras, la maternidad no viene con ningún chip o manual que nos diga cómo hacer las cosas. Hacemos lo que se tiene que hacer, a menudo sin saber si es lo correcto o no, simplemente porque tiene que hacerse.
Antes pensaba que la maternidad expondría todas mis debilidades, pero lo que he descubierto es que soy más fuerte de lo que jamás imaginé. Esta fuerza no se trata de tener todo bajo control; se trata de estar presente todos los días, incluso cuando estoy agotada. Es el tipo de fuerza que me hace superar los berrinches, las noches sin dormir y la lista interminable de cosas por hacer.
Y luego están esos momentos que hacen que todo valga la pena: los abrazos espontáneos, los inocentes “te quiero” y cuando me dicen que su día fue genial. Esos pequeños momentos llenan mi corazón de una manera que nada más puede. Me recuerdan que, a pesar del caos, a pesar de no ser una superheroína, soy suficiente.
¿El equilibrio? Bueno, eso aún no lo he descubierto. Tal vez es porque mis hijos aún son pequeños, o tal vez es porque no tengo esa “tribu” de apoyo de la que todos hablan (Te invito a leer mi post “La Tribu Que No Fue: Maternidad Lejos de Casa”). En cualquier caso, estoy bien con no tener todas las respuestas ahora mismo. Estoy aprendiendo que está bien tropezar, sentirse abrumada y no tener un hogar perfecto para Pinterest o una vida digna de Instagram.
Aceptamos ese título de supermamás y terminamos poniéndonos una peso en los hombros que no nos pertenece. Nos hace sentir como fracasadas si no cumplimos con algún estándar irreal. Pero la verdad, la verdadera y sin filtros, es el amor incondicional que damos y recibimos. Eso es lo que nos hace especiales—no porque podamos con todo, sino porque amamos sin límites.
Así que no, no soy una supermamá. Soy mamá, y eso es más que suficiente.